jueves 15 de Abril de 2010
La extensión de la ciudad
El terremoto ha hecho pasar casi inadvertido que muy poco antes de concluir el anterior gobierno, la Comisión Regional del Medio Ambiente (Corema) de la Región Metropolitana aprobó ampliar el límite establecido al crecimiento de la ciudad en el Plan Regulador Metropolitano de Santiago. Esa expansión había sido solicitada por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo para acomodar el incremento poblacional de la ciudad en los próximos años y significará añadir algo más de nueve mil 500 hectáreas a su superficie actual.
Dicho plan nació en 1994 con el objeto de densificar la ciudad de Santiago y estableció un área urbanizable de aproximadamente 72 mil hectáreas, para llevar la densidad de la ciudad a 150 habitantes por hectárea.
Desde entonces ha tenido modificaciones: en 1997 se incorporó la provincia de Chacabuco y se estableció un nuevo concepto normativo denominado
“zonas urbanas de desarrollo condicionado”, con miras a regular el crecimiento de las parcelas de agrado. Además, se exigió un tamaño mínimo al desarrollo de los proyectos urbanos y una serie de requerimientos de infraestructura y equipamiento urbano para mitigar los impactos de tales proyectos.
Más adelante, en 2003, se establecieron los proyectos de desarrollo urbano condicionado, similares a las referidas “zonas”, aunque más exigentes en términos de infraestructura, equipamiento y espacio reservado para vivienda social.
En 2006, ese plan de regulación se extendió a toda la región, incorporando las 12 comunas que habían quedado fuera de la expansión en 1994 y 1997, aunque eso no significó una extensión del área urbanizable.
En la práctica, todos los cambios referidos han mantenido la idea de elevar la densidad de Santiago, y la reciente expansión del límite no cambia mayormente tal situación.
Hay grupos de urbanistas y ambientalistas que insisten en mantener una ciudad densa y critican la reciente aprobación de la Corema.
Sostienen que las expansiones de la ciudad ponen en riesgo las áreas verdes y los suelos agrícolas, además de generar contaminación y costos elevados en provisión de infraestructura que una ciudad densa no crearía.
Pero estos argumentos han sido rebatidos en cuanto a su sustento empírico: las ciudades ocupan una parte muy pequeña de los territorios de un país y su crecimiento no es exponencial, sino que converge a un tamaño limitado, debido a la estabilidad que alcanza la población y las variaciones en la demanda habitacional que se asocian a cambios demográficos.
Por lo demás, si suelos agrícolas se transforman en habitacionales, es porque este último uso crea más riqueza para la comunidad.
El real problema de los límites es que termina siendo una decisión discrecional de la autoridad la que determina esa generación de riqueza, en vez de que ella ocurra por el intercambio libre y voluntario de los diversos actores que participan en estos mercados.
Y tampoco parece evidente que las ciudades más extendidas originen más contaminación o una infraestructura más cara: varios estudios sugieren lo contrario.
Sí se advierte, en cambio, que al subir el ingreso per cápita de los ciudadanos, ellos demandan bienes tales como automóviles y jardines, que aumentan la expansión de las ciudades.
De allí que las urbes de países más ricos sean, en general, poco densas —Santiago lo es más que casi todas ellas—, en tanto que las ciudades densas son, precisamente, de países pobres.
La extensión de las ciudades permite que grupos medios y bajos accedan a los mismos beneficios que los más acomodados.
Insistir en una densidad alta se opondría, pues, a la democratización de las ciudades, en defensa de atributos que no han sido probados. Santiago podría estudiar la eliminación definitiva del límite urbano antes de promover ajustes y cambios periódicos que crean o destruyen riqueza de modo discrecional
Sr. Director: (Esto es una respuesta de una asistente a ciclo de charla)
Florencia Benítez Yávar. Agrónoma PUC
Nicolás Smith de la Carrera. Estudiante de Arquitectura UDD Concepción
Por Favor sigamos expandiendo el límite urbano o eliminémoslo definitivamente como en la editorial del día Jueves 15 de Abril se sugiere.
Privemos del orden, jerarquía y guía a todo plan de desarrollo territorial que involucre tanto a los inhabitantes urbanos como los extraurbanos, agricultores e industriales y que podríamos estar haciendo hoy para el largo plazo.
Expandamos y segreguemos los barrios creando autopistas vehiculares por donde perderemos más tiempo y recursos (de todos nosotros) tratando de llegar a algún lado.
Gastemos más energía en construir donde la fertilidad de la tierra nos estaba abasteciendo de alimento y oxígeno a la ciudad. Ni nos acordemos de la biodiversidad del campo porque eso no genera “riqueza para la comunidad”.
Olvidémonos de los modelos urbanos y económicos realmente densificados de las ciudades europeas del siglo XXI.
Ahí priman los espacios públicos como polos integradores multifuncionales, la eficiencia energética de los edificios y las hordas de ciclistas con espíritu verde. Por el contrario, dispersemos más nuestra ciudad, sigamos teniendo como modelo las urbes en Estados Unidos de principios del siglo XX, con su urbanismo desmedidamente rápido, de baja densidad y adoración por el tamaño del parque automotor.
Desaprovechemos esta instancia de reconstruir desde el centro y colguémonos de la especulación inmobiliaria, consumiendo el campo con obras nuevas con tal de seguir pensando que así se alcanza el progreso.
Sepultemos por fin ese sentido amor a la ciudad y las enseñanzas de respeto de cohesión cívica como lo hemos estado haciendo. Así, y en definitiva, nos daremos una bocanada de aire viciado y podremos disfrutar de nuestro metro cuadrado de patio y nuestro auto último modelo para no tener idea por donde seguir andando.
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